viernes, 5 de abril de 2013

Reflexiones sobre la fe, George Muller - II


Cuando me han sobrevenido tribulaciones que eran mucho más pesadas que las necesidades financieras; cuando se difundían reportes engañosos afirmando que los huérfanos padecían de hambre o que eran tratados con crueldad; o cuando llegaban tribulaciones mayores en conexión con esta obra, semana tras semana, y yo me encontraba a casi mil quinientos kilómetros de distancia de Bristol; en esos tiempos mi alma confiaba plenamente en Dios. Yo creía en Sus promesas, y derramaba mi alma delante de Él. Después de estar de rodillas, podía ponerme de pie en paz, porque el problema había sido echado sobre Dios.
Por la gracia de Dios, yo no me jacto cuando hablo de esta manera. Yo tributo únicamente la gloria a Dios porque me ha capacitado para confiar en Él, y no ha permitido que desfallezca mi confianza en Él. Nadie debe pensar que mi dependencia de Dios sea un don inusual que me fue dado a mí, pero que otros santos no tendrían ningún derecho de esperar.
Confiar en Dios quiere decir algo más que obtener dinero por medio de la oración y de la fe. Por la gracia de Dios, yo deseo que mi fe se extienda hacia todas las cosas: a los más pequeños de mis asuntos temporales y espirituales, a mi familia, a los santos entre quienes laboro, a la Iglesia en general, y a todo lo que tiene que ver con la prosperidad temporal y espiritual de la ‘Institución del Conocimiento Escritural’.
Doy gracias a Dios por la fe que me ha dado, y le pido que la afirme y la aumente. No permitan que Satanás los engañe induciéndolos a pensar que ustedes no podrían tener la misma fe. Cuando yo pierdo algo, como por ejemplo alguna llave, le pido al Señor que me conduzca a ella, y espero una respuesta a mi oración. Cuando una persona con quien he hecho alguna cita no ha llega, y eso me causa un inconveniente, le pido al Señor que la apresure a llegar. Cuando no entiendo un pasaje de la Palabra de Dios, elevo mi corazón al Señor pidiéndole que, por Su Santo Espíritu, me instruya. Espero recibir la enseñanza, aunque yo no fijo ni el tiempo ni la manera en que he de recibirla. Cuando voy a ministrar la palabra, busco la ayuda del Señor. Si bien estoy consciente de mi incapacidad natural así como de mi completa indignidad, me siento confiado y alegre porque busco Su ayuda y creo que Él me ayudará.
¡Tú puedes hacer lo mismo, amado lector creyente! No pienses que yo soy alguien extraordinario que gozo de privilegios que están por encima de los que gozan otros amados hijos de Dios. ¡Te animo a que lo intentes! Permanece firme en la hora de la prueba, y verás la ayuda de Dios, si confías en Él. Cuando abandonamos los caminos del Señor en la hora de tribulación, se pierde el alimento de la fe.
Esto me conduce al siguiente punto importante. Tú me preguntas: “¿Qué puedo hacer para fortalecer mi fe?” La respuesta es esta: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1: 17). El aumento de la fe es un don perfecto, y ha de venir de Dios. Por tanto, debemos pedirle esta bendición.

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