viernes, 19 de abril de 2013

Prisioneros de esperanza


 “…sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:3b-5)

El cristiano es un prisionero de esperanza. En esperanza fuimos salvos. El Dios que ha prometido darnos vida eterna y un lugar en el reino de su amado Hijo así ha dispuesto que  vivamos en este mundo mientras nuestra salvación se manifiesta: reos de la esperanza. La esperanza permanece mientras no veamos lo prometido, pues andamos por fe y no por vista. Dado que la espera del cristiano es un asunto de paciencia –o una esperanza prolongada–, bueno sería preguntarnos qué estamos esperando.
A veces pensamos que nuestros anhelos se conforman a la voluntad de Dios, pero bastan unas cuantas tribulaciones para darnos cuenta de lo que equivocados que estamos. El apóstol Pablo tenía claro qué esperar: “por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. (Romanos 5:2).
Cuán fácil es perder de vista el asunto medular de nuestra espera, que es ver la gloria de Dios y no solamente a futuro, sino también mientras peregrinamos en esta tierra. Dios quiere que se fije en nuestro corazón esta verdad sin importar las circunstancias que nos envuelvan. Si nuestra esperanza es ver cambiar nuestra situación presente y ver mejores vientos soplar en nuestras vidas, entonces estamos errando el tiro. La Biblia nos explica mejor todo esto. Los mejores ejemplos siempre están en ella.
Si Moisés hubiese tenido su esperanza en ver a toda la nación que sacó de Egipto entrar en la tierra prometida, ciertamente fue avergonzado pues sólo dos personas llegaron allá; pero su esperanza siempre fue glorificar a Dios aún después de entender que él tampoco entraría en Canaán.
Si Elías hubiese tenido su esperanza en ver a todo Israel convertido a Dios, ciertamente fue avergonzado pues en todo el pueblo sólo había siete mil que no doblaron sus rodillas ante Baal; pero su esperanza era glorificar a Dios, fuera haciendo poderosos milagros o teniendo que huir de la mano de quienes buscaban su vida.
Si Juan el Bautista hubiese tenido su esperanza en salir de la prisión para predicar otra vez, ciertamente fue avergonzado, pues nunca salió de ahí y murió preso; pero su esperanza era glorificar a Dios, fuera predicando y bautizando, o preso por reprender el pecado.
Si Pablo hubiese tenido su esperanza en vivir siempre de misionero, ciertamente fue avergonzado pues no siempre se le concedió, pues varios años de su vida los vivió encerrado; pero su esperanza era glorificar a Dios en cualquier condición, tal como él dijo: “conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:20-21).
Ejemplos abundan, pero lo que importa es que nuestra esperanza esté bien fundada, que tengamos bien orientada la brújula. No somos nosotros los que determinaremos nuestro rumbo, pero si el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo entonces podremos vencer cualquier obstáculo.
Que el anhelo de ver la gloria de Dios por sobre todas las cosas, y el glorificarlo a nuestro paso por este mundo, envuelva nuestros corazones y Él nos de su gracia para proseguir. Cuando el pueblo de Dios deje el alma en esto, entonces Él hará.
“Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es su fortaleza en el tiempo de la angustia. Jehová los ayudará y los librará; los libertará de los impíos, y los salvará, por cuanto en él esperaron.” (Salmos 37:39-40)

Fuente: Prisioneros de esperanza

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