“No améis al mundo, ni las cosas que están en
el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo
lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa,
y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1
Juan 2:15-17).
La Biblia es el libro divino. Dios
nos ha dejado en la Biblia la guía para dirigir nuestras vidas y encontrarle a
él. Entre los muchos sabios consejos y mandamientos que nos da encontramos el
texto que hemos citado en el cual se nos dice algo claro: no améis al mundo.
Por alguna razón Dios le dio a este
mandamiento el título de ‘nuevo mandamiento’. Desde el versículo 8 se nos
dice lo siguiente: “Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que
es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz
verdadera ya alumbra.” y luego da el mandamiento: “No améis al
mundo, ni las cosas que están en el mundo.”
Este nuevo mandamiento será
importante entenderlo para vivir como a Dios agrada.
¿Qué es el amor al mundo?
Empecemos entendiendo a qué se
refiere el apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, cuando se refiere al
‘mundo’. Se nos dicen dos cosas: 1.- No amar al mundo. 2.- No amar las cosas
que están en el mundo. ¿Qué significa esto?
La palabra que se traduce como
‘mundo’ es la palabra griega kósmos que en el contexto del
pasaje anterior se refiere a varias cosas: “Las cuestiones mundanas; el
conjunto de cosas terrenales o materiales, como las riquezas, los beneficios,
los placeres, etc., que aunque son huecas, endebles y pasajeras, estimulan los
deseos, seducen a los hombres para apartarse de Dios y son obstáculos a la
causa de Cristo”.1
El llamado de Dios es a no tener
nuestra herencia o nuestras metas en este mundo, pues este mundo pasará y todas
las cosas que obtengamos son pasajeras y en cualquier momento pueden terminar.
La fama, la gloria, las riquezas y los placeres te apartarán de Dios porque no
provienen de Dios, sino de esta generación pecadora que es ajena a Dios y por
lo tanto es hostil al evangelio.
El rey David lo expresaba de la
siguiente manera: “Libra mi alma de los malos con tu espada, (…) de
los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida…”(Salmos
17:13, 14). Hay quien tiene su todo en esta vida, pero la Biblia enseña que hay
otra después y cada persona elegirá dónde vivirla: en el cielo o en el
infierno.
Las cosas que están en el mundo
El pasaje de 1 Juan desglosa ‘las
cosas que están en el mundo’ en tres aspectos: los deseos de la carne, los
deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Analicemos cada uno.
Deseos de la carne y deseos de los
ojos
|
Agustin de Hipona |
Algunas religiones, en especial el
catolicismo, se han encargado de promover el ascetismo como una virtud y como
algo necesario para ‘purificar’ el espíritu. El ascetismo es una doctrina que
enseña la abstinencia de los placeres corporales2 y desde el
punto de vista de algunos pensadores católicos permite limpiarse del pecado y acercarse
más a Dios. Tenemos entonces a personajes como San Antonio Abad, que llevaba un
vida austera en exceso, o Agustín de Hipona, que condenaba el placer sexual y
aún dentro del matrimonio lo consideraba un pecado. Pero no es esto a lo que la
Biblia se refiere con los “deseos de la carne” y “deseos de los ojos”.
La traducción de la Biblia al inglés,
la versión King James (KJV), nos da una idea más amplia del concepto “deseos”.
La KJV traduce la palabra griega epithumia como
“concupiscencias”. Es importante entender que nuestro cuerpo tiene deseos; así
nos creó Dios. Los deseos no son pecado. El deseo por la comida, el deseo
sexual, el deseo de dormir, etc. son deseos que responden a necesidades de
nuestro cuerpo. El problema surge cuando estos deseos los sacamos de control y
nos gobiernan, a esto la Biblia le llama concupiscencias.
Concupiscencias hay muchísimas.
Cualquier deseo fuera de control se vuelve una concupiscencia y por lo tanto
llevan a las personas a pecar. Dentro de los pecados que se cometen por
obedecer los deseos de la carne encontramos los siguientes: glotonería, fornicación,
lujuria, lascivia, pereza, ira, etc. Dentro de los pecados que se cometen por
obedecer los deseos de los ojos tenemos a la codicia, la malicia, la
inmundicia, etc.
En pocas palabras, Dios nos está
llamando a vivir gobernados por su Palabra, no por nuestras concupiscencias. No
somos animales para vivir guiados por instintos, somos seres creados a la
imagen y semejanza de Dios. El apóstol Pablo nos deja clara esta idea cuando
dijo: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal,
de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;” (Romanos
6:12). “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas
las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.” (1
Corintios 6:12).
Vanagloria de la vida
|
Juan de Valdés Leal, Finis gloriae mundi (1672). Seville, Hospital de la Caridad |
“Sic transit gloria mundi”, o “Así pasa la gloria de este mundo”. Cuenta la
historia que cuando un general romano regresaba triunfante de una campaña,
debía previamente solicitar autorización al Senado para entrar en Roma al
frente de sus tropas; permiso que le era concedido, o no, según sus méritos y
sus influencias políticas.
Si el permiso le era denegado, debía
licenciar sus Legiones antes de entrar en la península itálica, y solo podía
ingresar acompañado de una reducida escolta personal; el desconocimiento de
esta disposición, era interpretada como un intento de golpe de estado y de
inmediato se comisionaban tropas para enfrentar la amenaza.
Pero si el permiso le era concedido,
el general hacía una fastuosa entrada triunfal al frente de su ejército,
vestido con sus mejores galas y haciendo exhibición de los trofeos, tesoros y
prisioneros capturados, testimonios todos de su gloria, y recibiendo
orgullosamente los vítores y aclamaciones de la multitud.
En el mismo carro de guerra en que
desfilaba el general iba también un esclavo, que sostenía sobre su cabeza una
corona de laurel y que, periódicamente, le susurraba al oído “Sic transit
gloria mundi”; la gloria del mundo es pasajera.3
La frase también se usaba de antaño
durante la ceremonia de coronación de nuevos papas, en donde en cierto momento
un monje interrumpe el acto, muestra unas ramas de lino ardiendo y cuando se
han consumido dice: “Sancte Pater, sic transit gloria mundi” (Santo Padre, así
pasa la gloria del mundo) recordando al Papa que a pesar de la tradición y la
grandilocuencia de la ceremonia, no deja de ser un mortal.4
No por nada la Biblia le llama
vanagloria de la vida, o gloria hueca e inútil. Ya lo decía Salomón: “Comer
mucha miel no es bueno, ni el buscar la propia gloria es gloria.”(Proverbios
25:27). Como la miel termina empalagando y asqueando, así también las personas
se fastidian de buscar su propia gloria.
En el mundo antiguo los valores
mundanos podrían resumirse en poder, gloria y riquezas; hoy en día las cosas no
han cambiado mucho. Quizás ya no se libran batallas como las de Alejandro Magno
o las Cruzadas, pero las personas siguen buscando su propia gloria en lo que
tienen a mano. El conjunto de placeres y deseos de nuestra era sigue seduciendo
a los hombres para apartarse de Dios y servirse a sí mismos.
La gloria verdadera y el propósito de la vida
Aunque el mundo niegue que hay vida
después de esta no por eso cambia la realidad. No es la vida presente el lugar
para guardar nuestro tesoro, pues el mundo pasa y sus deseos. Este mundo
se va a acabar, como dijo el apóstol Pedro: “Pero el día del Señor
vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras
que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser
deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir,
esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán!” (2 Pedro 3:10-12). Siendo esto así, las palabras de Pablo
deberían resonar en la cabeza de todo ser humano: “el cual pagará a
cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en
bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los
que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la
injusticia;” (Romanos 2:6-8).
La Biblia es más que clara al dejar
por sentado cuál es el verdadero propósito de esta vida. La verdadera gloria es
conocer a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo.
“Mas alábese en esto el que se
hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que
hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero,
dice Jehová.” (Jeremías 9:24)
“para que, como está escrito: El que
se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1:31)
“Y esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado.” (Juan 17:3)
Todo aquel que busca su felicidad en
este mundo está condenado a no encontrarla. Buscar la gloria en este mundo es
como querer encontrar una pera en un manzano. Bien haríamos en reflexionar en
la conclusión que da el autor del libro de Eclesiastés, cuando se dedicó a
inquirir cual era el propósito de la vida del hombre:
“Acuérdate de tu Creador en los días
de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los
cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol,
y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; cuando
temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y
cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por
las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela;
cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán
abatidas; cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el
camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el
apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán
alrededor por las calles; antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa
el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea
rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu
vuelva a Dios que lo dio. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es
vanidad.” (Eclesiastés 12:1-8)
1. Strong’s, Concordancia Exhaustiva
de la Biblia